Criminalizar la protesta. banalizar el crimen. Tres respuestas.

Hace unos días publiqué un artículo sobre la criminalización de los normalistas de Ayotzinapa. Una semana después dos sujetos se llevaron mi auto con violencia. Levanté la denuncia correspondiente ante el MP y di aviso en mis redes sociales (se de autos así recuperados). Recibí incontables saludos solidarios, pero también cierto número de respuestas que me llenan de vergüenza.

¿Qué dicen? Festejan que me hayan robado, porque así quizá deje de hacer apología del delito, defendiendo a los “criminales ayotzinapos”. El tono y la ferocidad de los tuits demuestra la premisa inicial de mi artículo: la criminalización de los normalistas de Ayotzinapa. Estas majaderías se combinan con una pregunta: “¿No te molesta que los normalistas de Ayotzinapa secuestren camiones, es decir, delincan?”

Supongamos que la pregunta es de buena fe. Que no la hacen quienes quisieran legalizar la pena de muerte tras juicio sumario (o sin juicio), o la desaparición, para quienes “secuestran” camiones y bloquean carreteras; y a la vez, otorgar poderes extraordinarios a los policías que disparan gases lacrimógenos o balas de las que matan (como en Chilpancingo aquel 12 de diciembre de 2011, como en Nochixtlán, como en tantos sitios).

Primera respuesta: lo que me molestaría profundamente sería que se sometieran y dejaran de resistir los normalistas de Ayotzinapa, los profes de la CNTE, las policías comunitarias de Guerrero, los jornaleros de San Quintín, las indígenas zapatistas; los que combaten la minería a cielo abierto, los megaproyectos basados en el despojo, la colusión de las autoridades políticas y militares con las bandas que trafican goma de opio. ¿Que a las merolicos de Televisa o Milenio no les gustan sus tácticas?, ¿y cuáles les gustarían? También exigieron a gritos palo largo y gases lacrimógenos cuando los maestros acamparon en una plaza pública sin estorbar el sacrosanto tráfico automotriz.

Porque luchan por las vías cada vez más estrechas que el régimen les deja. Porque no hay diálogo sino bala. Porque nunca ha habido verdadera transformación política en la historia humana sin romper las leyes precedentes. Y no hablemos de quienes lo hicieron por la vía violenta, como de Washington o Hidalgo, a Martí y Madero. También violaron sistemáticamente la ley y fueron llamados “criminales”, también se pidió la cabeza (y se obtuvo) de Gandhi y Luther King. Y también, y es un dato histórico, Pablo de Tarso y Pedro Simón fueron ejecutados por violar la ley.

¿Quiere decir eso que justifico la violación de la ley? No la comparto: pertenezco a un movimiento que ha decidido transformar a México por vías estrictamente pacíficas y legales; y he explicado y explico en muchos foros, las razones por las que creo que las vías violentas están cerradas. No la justifico. Pero en tanto historiador y crítico, procuro entenderla. Y mi límite es el respeto a la vida y la dignidad humanas; y en el caso del movimiento social, el respeto a los bienes y patrimonios de las personas físicas o individuos particulaares, y las pequeñas y medianas empresas.

Y en ese sentido, respondo a los 300 que pretendieron insultarme esta semana: en la decena trágica inaugurada con el fraude electoral de 2006: diez años de feminicidios y trata de personas, fosas clandestinas, desaparecidos, ejecución de activistas sociales y una suerte de limpieza étnica de decenas de miles de jóvenes a los que se criminaliza, cuya muerte se banaliza, ¿cuántas veces han sido señalados los normalistas de Ayotzinapa, o cualquier otro movimiento social, de haber provocado la muerte de alguna persona? Solo en el caso de Gonzalo Rivas Cámara, muerto de manera trágica, accidentalmente. ¿Cuántas veces se les ha acusado de incendiar una gasolinera o alguna otra instalación poniendo en riesgo a personas ajenas? Solamente esa, y no está para nada claro que hayan sido los normalistas. ¿Cuántas veces han respondido a la violencia del Estado con violencia similar, causal de muertes? Ninguna: los normalistas llevan 43 desaparecidos y diez muertos de muerte violenta desde aquel día. Las fuerzas del “orden”, ninguno.

Segunda respuesta: en realidad, sí me indigna que los normalistas de Ayotzinapa tengan que arriesgar su vida, su integridad, su libertad, para obligar a un gobernador a cumplir la palabra dada, para impedir que se cierre su escuela, para negociar su vida y su futuro. Sí me indigna que los maestros de la CNTE tengan que bloquear carreteras y acampar en una plaza para defender su trabajo y sus derechos, sus convicciones y a sus alumnos. Sí, me indigna que no existan vías de canalización del conflicto, ni mecanismos de negociación de los problemas de los pobres, los marginados, los amenazados, los presos, los deudos dee los muertos.

Tercera respuesta: no me gusta que tengan que “secuestrar” camiones. Querría vivir en un Estado de derecho y de derechoS. Donde plagiar tu tesis de licenciatura se castigue con el despojo del título y de lo obtenido merced al título. Donde los criminales más violentos no hagan suyas regiones del país en las que no impera más que su ley, a ciencia y paciencia de las autoridades, que los miran hacer sin intervenir o incluso les ayudan (como la noche de Iguala, marca simbólica de este sexenio). Donde las mafias no trafiquen con la vida, la libertad, la dignidad de las personas. Donde tengamos garantizada la vida y la seguridad y los violadores, asesinos, tratantes de personas y torturadores no queden impunes; donde robar tesis, pan, casas ajenas, autos o el erario público completo de Veracruz, sea justamente penalizado.

Pero la pregunta no es de buena fe. Para quienes pretendieron insultarme, quien roba por hambre o quien “secuestra” un camión o pone una barricada porque no tiene otra vía para defender sus derechos (y que al defenderlo así han impedido que se cierren las normales o se imponga la evaluación punitiva; o han recuperado la dignidad indígena o la seguridad de sus comarcas asoladas por el narco aliado del ejército), es lo mismo que un delincuente común, un gobernante criminal o el miembro de una mafia sanguinaria.

Porque los que se llenan la boca llamando “delincuentes” a los normalistas, no dicen una sola palabra sobre la represión –que incluyó el asesinato deliberado de dos normalistas- el mismo día que Rivas Cámara sufrió las quemaduras que le causarían la muerte. Eluden todas las preguntas sobre las acciones y omisiones de la PGR, la Policía federal y el Ejército antes y durante la trágica noche del 26 de septiembre de 2014. Para ellos son criminales Alexis Herrera y Gabriel Echeverría, asesinados el 22 de diciembre de 2011, y no los policías que dispararon ni los mandos que lo ordenaron o los encubrieron.

Dan vergüenza los que piden cárcel y bala para quienes roban pan y para quienes protestan (sin matar a nadie), pero cierran los ojos ante los crímenes de odio y ante los crímenes de Estado. Así hacían los buenos rusos ante las purgas de Stalin en 1937, los buenos alemanes en 1943 ante la “solución final”, o los buenos argentinos en 1979 ante la desaparición de los “comunistas”.

¡Alto a la criminalización fascista de la protesta y al terrorismo de Estado! ¡Alto a la incapacidad del Estado (incapacidad cómplice) para garantizar la vida y la seguridad de los mexicanos!

P.d. Añadida el 31 de octubre, sobre el «Secuestro» de camiones, que tanto alarma y altera a las buenas conciencias, recomiendo leer a Arturo Miranda Raamírez, «Los 43 normalists que estremecieron a México», p. 83-85, donde se cuenta detalladameente en quée consiste esa práctica, que por haberse hecho consuetudinaria no daaña en su salario a los choferes y cuyos costos son absorvidos por las empresas y laas compañís de seguros.